Si podemos bailar juntos, podemos vivir juntos: Danza para la Convivencia en México
Por Pamela Zúñiga
Desde hace 30 años, en Reino Unido se realiza una técnica de danza conocida como Community Dance, que se enfoca en el entrenamiento a una comunidad específica. Lo realmente único de Community Dance es que el entrenamiento es por profesionales y los participantes son personas que no cumplen con los estándares normalmente esperados en un bailarín. Estamos hablando de niños, jóvenes, hombres y mujeres que viven en comunidades marginadas. Este principio contrasta con el canon artístico que identifica a la danza como una disciplina que rinde culto al cuerpo y que no puede realizarse o apreciarse por completo si no se es físicamente apto para realizarla. Sin embargo, la danza es al mismo tiempo la expresión más accesible y éste es el principio que retoma Community Dance para proponer un método artístico de inclusión y entendimiento mutuo, reconociendo que todos tenemos las mismas capacidades para aprender y que el ingrediente principal para hacerlo es la libre experimentación.
Community Dance se ha implementado en diferentes países en el mundo y en México ha sido exitosamente implantado en Tijuana y en los dos últimos años en Monterrey, a través de la alianza entre Patronato de la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey y el British Council, quienes conjuntamente crearon un espacio seguro y apto para la creatividad.
Este proyecto ha evolucionado a través del trabajo y la conexión de 3 años liderada por la coreógrafa Tammy McLorg y el músico Christ Benstead, quienes auxiliados por bailarines locales, entrenaron en octubre de 2016 a un diverso grupo de 23 niños y jóvenes originario del municipio de Santiago en Nuevo León y que se acercaron al proyecto a través de las terapias psicológicas ofrecidas por el DIF local. No importando sus diferencias y contextos personales, lo cierto es que todos tenían una cosa en común: el deseo de participar en una coreografía.
Durante el proceso de aprendizaje y de experimentación se generó entre los participantes una cohesión y un entendimiento mutuo que les permitieron comprender las diferencias y particularidades del otro, a partir de compartir y crear movimientos corporales. Así, después de semanas de colaboración, se construyó un lenguaje de tolerancia que no involucra palabras, y que está basado en la participación, la observación, la interpretación y la experiencia con la danza y sobre la danza.
Los resultados de la colaboración no pudieron ser más alentadores. El entrenamiento generó dos presentaciones públicas, una en la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey y otra en la plaza principal del Municipio de Santiago, pero el impacto a largo plazo que dejó esta experiencia en cada uno de los participantes y en las familias que los acompañaron en el proceso es lo que generará que los jóvenes se inspiren y encuentren en ese sentido de pertenencia comunitario un camino hacia la creación artística como una forma de vida.